Rodar en un carousel veneciano,

cabalgando corceles blancos,

buscando la filosofía del existir.

Rodar en el carousel de Ginebra,

repleto de alazanes internacionales,

para olvidar las amarguras

del planeta Tierra.

Rodar en el carousel de las princesas

con cada una de ellas,

en cada penco de inspiración.

Rodar en el carousel madrileño,

montando puntos andaluces,

y a ritmo de flamenco

galopar las glorias de la Madre Patria.

Rodar en el carousel de Disney World,

el más fantástico del mundo,

dejarse llevar por las fantasías y las ilusiones.

Rodar en un carousel vienes,

trotando en jacos musicales,

y subir, bajar,

subir, bajar

al ritmo del vals.